El mismo día -de la clase trabajadora- y a la misma hora en que el Betis jugaba el primer round para llegar a la final de la Europe Conference League ante la Fiorentina italiana, nos visitaba la leyenda del heavy metal argentino RATA BLANCA, en su segunda parada de las ocho que tiene en España, tuve un dilema profundo si fútbol o música y finalmente ganó la cultura rock dado que en las anteriores ocasiones que habían pasado por Andalucía nunca pude verlos en directo.
Sin telonero alguno (me gusta más que se le den oportunidades así a bandas locales pues tenemos muchas y muy buenas) y con unas indignantes y exageradas medidas de seguridad y cacheo en la puerta que parecía que asistíamos a un congreso de terroristas peligrosos, a eso de las 21:10 horas arrancó el espectáculo.
Lo primero que llamaba la atención, al margen de la anchísima pantalla -más grande que el propio escenario- de proyección a la espalda de los músicos, era que el fundador, principal compositor, alma mater, líder y guitarra Walter Giardino (portando sombrero de vaquero o cowboy) no podía mantenerse erguido de pie y tenía que tocar apoyado y/o sentado en una banqueta alta debido a una importante lesión en su rodilla derecha. En teoría algo que nos pudo haber cortado el rollo finalmente no tuvo repercusión musical alguna porque las seis cuerdas del maestro de la Fender Stratocaster anduvieron inspiradísimas, estelares y brillantes toda la noche.
Abrieron show con una coreada “Hijos de la tempestad”, seguida de “Diario de una sombra” en la que ya comprobamos, por un lado el pletórico momento de las cuerdas vocales del cantante Adrián Barilari (con imagen a lo Joe Lynn Turner) y por el otro el grave inconveniente de los problemas técnicos en los micrófonos, llegó incluso en la tercera canción (“Solo para amarte” del disco debut del 88) a cantar con dos micros alternando uno y otro según el que funcionara. Curiosamente en esas piezas lentas era cuando más cantaba la gente y se conocían las letras y ahí fuimos conscientes con agrado del altísimo porcentaje de público latinoamericano presente en la sala (peña de Bolivia, Perú, Colombia y por supuesto Argentina), en total más de medio aforo sumando unas 700 almas.
Cuando acabaron los fallos de índole técnica pudimos disfrutar a partir de “Volviendo a casa” y “La canción del guerrero” de un sonidazo con todo bien compactado, si bien con el bajo de John Paul Chotas más fuerte de la cuenta. El repertorio estuvo basado en los grandes éxitos de una banda, extraídos de sus muchos discos de oro y platino -no en vano es el grupo sudamericano heavy más vendedor- que lleva diez años ya sin publicar material nuevo. Obviamente se esperaba con gran expectación en cada tema el inicio y desarrollo de cada solo puesto que cada uno de ellos se convertía en una pequeña obra de arte mágica, ejecutada con un dominio del instrumento e inspiración solo al alcance de los elegidos. Y esos riffs con tantísima clase que lo mismo te hacen recordar el hard rock norteamericano sleazy ochentero tipo Ratt, que el enorme peso de la influencia de Ritchie Blackmore y sus Rainbow, así como -en menor medida- los arrebatos por Yngwie Malmsteen.
La excelencia en el tratamiento de los medios tiempos en los que se agradecían los arreglos de teclados de Danilo Moschen y la contundencia de canciones más rápidas y directas como la cañera “Rock es rock” conectada con “El círculo del fuego” nos llevaban a sobrepasar el ecuador del show confirmando el buen trabajo tras sus tambores de Alan Fritzler.
De su tercer álbum “Guerrero del arco iris” (1991) rescataron la preciosa “Nada es fácil sin tu amor” que alargaron con el respetable entregado haciendo palmas en comunión con esa guitarra maravillosa. La balada de su mayor hit-single “Mujer amante” (del multiplatino segundo LP del 90 “Magos, espadas y rosas”) que “llevamos cantando 35 años” Barilari dixit, coincidió con el gol de Anthony en el Villamarín, con el consiguiente jolgorio, goce y cachondeo entre la parroquia bética que disfrutaba del bolo pero con un ojito puesto en el teléfono.
Paradita a las 22.29 y con la peña entregada al “oé, oé, oé. oé” RATA BLANCA despachó tres canciones más a modo de bis que alargaron en 20 minutos el gustazo generalizado de disfrutar su magnífico directo: “Rock´n´roll hotel”, “Aun estás en mis sueños” y el esperado y perfecto colofón a una hora y cuarenta minutos de hard rock y heavy metal de primera categoría con su tema más jaleado, “La leyenda del hada y el mago”. Tuvieron clase hasta para la pieza que sonó tras la despedida de toda la banda: “That´s life” de Frank Sinatra que tanto le gusta a David Lee Roth.
Texto: Eduardo “Powerage” Pineda.
Fotos: Marta Grimaldi.