Por suerte, al final pudieron tocar. Un viernes 8 de marzo esperado y precioso, donde al fin el cielo azul hispalense se volvió de plomo, gris, oscuro y denso. Al igual que el pronóstico meteorológico daba agua, los pronósticos también vaticinaban un lleno de sala aunque hubiera que ir nadando, en una barquilla de la Plaza de España o en un kayak de esos que se ven por el Guadalquivir, que justo pasa paralelo a la calle Torneo.

Puntuales a la cita y con ganas de disfrutar de una banda respetada y querida, se llenó bastante rápido la sala Malandar a pesar de la que estaba cayendo. En el cartel solo había una sola banda, ¿para qué más?

En mi fuero interno peleaban la incertidumbre de si la lluvia cancelaría el concierto, el miedo a la decepción por haberme marcado unas expectativas muy altas con este directo contra una ilusión alimentada durante dos decenas de años largos desde que descubrí la banda. Mi primer concierto de Hora Zulú, mi primera vez cubriendo un evento en la sala Malandar, la cual solo conocía de oídas.

Con los cinco sentidos puestos a mi alrededor esperaba a que empezara el concierto cuando entre el público conocí varios rostros conocidos que hicieron más llevadera la víspera. Entre cháchara y cháchara se empezó a murmurar sobre el estado de salud de Aitor, el vocalista de la banda, que por lo visto había sucumbido a las enfermedades respiratorias estas tan molonas que llevan viniendo por aquí desde hace un tiempo.

Pero al final, ahí arriba, en el escenario, todos los de la banda y más liado en un palestino que un guerrillero en las calles de Gaza. No lucía su mejor cara, pero no hay que negar que la banda le echó cojones y tocaron.


 

¡Y cómo tocaron! Presentaron su último trabajo ante una Sevilla que se sumergió en los acordes, coreando aquellos temas más clásicos y disfrutando con rostros de felicidad los nuevos temas. Hora Zulú significa para este público sevillano algo más que música, que la banda sonora de una generación que los esperaba como los del campo esta lluvia, como agua de mayo, entiendan el juego de palabras.

Tuvimos que disculpar varias pérdidas de voces de Aitor, pero todo el grupo supo soportar y compensarlo haciendo un mayor esfuerzo sacando la maestría que los años otorga a la experiencia. Guardo ciertas cositas que no me agradaron en la ejecución de algunos temas de la discografía pero sin embargo, quiero resaltar la excelente versión en directo de “Tientos” que me transportaron 20 años después, así imaginaba que sonarían en directo y así los estaba escuchando.



Cumplieron con mis expectativas sobradamente, con la del público en general como pude ver cuando se encendieron las luces de la sala. Salimos de un recital flamenco, rap y metal que nos llevó de paseo por las últimas dos décadas de una andalucía convulsa y cambiante en la que algunos hemos sobrevivido, con más pena que gloria, hay que decir.

Me gustaría reseñar algunas anécdotas curiosas como el espontáneo que coreaba a Aitor y cómo el público le prestaba su voz en los estribillos para que pudiera descansar y tener resuello. Y que no se me olvide ese señor croma para suplir el vacío de los que no pudieron ir por h o por b.


Lo que menos me gustó fue cuando se acabó el concierto y tocaba salir al mundo exterior abandonando el lugar seguro de la sala. Llovía con ganas, llovía como si tuviera prisa de llenar los pantanos tras la sequía tan mala que estamos pasando en el sur. Me voy con buen sabor de boca a pesar de que saber que la banda hizo lo que buenamente pudo y no todo lo que es capaz de dar en circunstancias óptimas. Aún así, me veo obligada a cortar con el pero, símbolo de las cruces de mayo granadinas, porque fue un conciertazo al fin y al cabo.

Setlist del concierto:

 

Redacción: Ana Doblado Gómez

Fotografía: David Molina García

 

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